Ella era gordita, petisa, tetona y vivía en Nueva York. Además era terriblemente distraída. Noten esto porque es importante para la historia. Hacía un calor espantoso y húmedo. La petisa trotaba por las calles sin bombacha. Pero no por puta sino por acalorada. Olvidé decir que tenía un culo de ésos. Sus glúteos, sin el vínculo férreo, sin el dique del calzón, anadeaban que era un gusto. Ver un culo así, de lo más respingón y que no es de uno, causa desazón en el espíritu. Era como el culo movedizo del Tandil. Tampoco tenía corpiño, pero esto porque se había olvidado de ponérselo. Ante cada taconeo (en este sentido era un SS) sus pechos viboreaban a derecha e izquierda, arriba y abajo. Se metió en el subte con intención de bajarse en tal o cual lado. Abrió La tierra baldía, de T. S. Eliot en la página 14 y se puso a leer apasionadamente. Luego de miles de minutos notó muy extrañada que en el subte cada vez había menos blancos y más negros. Al final sólo eran negros y ella la única blanca. Estaban en la calle 99 Oeste o más (ni sé). Era Harlem. Desesperada y haciéndose pis encima del miedo se bajó. Quería encontrar un taxi para que la sacara de allí. Pero no había taxis. Sólo tres negros hermosos, de pijas larguísimas, que la humillaron racialmente. «A esta blanquita nos la manda Santa Claus», dijo uno. «¡Qué pan dulce lleno de confites!», declaró otro al tiempo que la manoteaba por atrás moviendo su mano de abajo a arriba. Ella se desasió indignada. «Vamos a sodomizarla, brothers», proclamó de manera definitiva el tercero.
La petisa, con un gemidito de angustia, alcanzó a zambullirse en un taxi providencial.
Ya en su cuadra tuvo que recorrer varios metros antes de entrar a su edificio. Merodeando había tres sidacos aburridísimos equipados con jeringas descartables recicladas varias veces. «Qué lindo culo para pincharlo», dijo uno. «Vamos a meterle el HIV para que dé positivo en los análisis», declaró otro. «Rápido, que no se nos escape», proclamó juiciosamente el tercero y se abalanzaron loquísimos, revoleando jeringas como lanceros de Bengala. Ella trató de sacar las llaves, aunque sabía que no iba a tener tiempo de abrir. Pero tuvo la buena suerte de que del edificio justo en ese momento salía una vieja. De un manotazo la apartó, entró y cerró la puerta. La vieja quedó afuera con los sidacos, pero no creo que le haya pasado nada porque no era su tipo.
La petisa tetona y culona subió al ascensor jadeando aterrada. Ya en su departamento suspiró aliviadísima creyéndose a salvo. Grande fue su error, porque pegado al techo la esperaba el gusano máximo de la vida misma. Al monstruo le encantaban las gorditas tetonas. Eran sus predilectas. De un salto cayó al piso, cerca de la puerta, haciendo plop. En realidad bien hubiera podido caerle encima y violarla ahí mismo sin falta, pero antes quería jugar un poco con ella por razones de sadismo. Al ver un ser tan horrible, que le bloqueaba la salida, la gordita trastabilló torpemente. Supo que esta vez había perdido. Ella se corría un poquito a la izquierda y el gusano la correteaba hasta allí. Ella, gimoteando, se movía a la derecha y él, casi con ternura, como con amor, la bloqueaba. Ni siquiera intentó gritar pues sabía que era inútil. Ese era un lugar lleno de drogadictos y cornudos. El drogadicto espera a su dealer y el cornudo sólo está preocupado por las encamadas de su mujer, de modo que nadie le iba a dar bola.
El gusano máximo de la vida misma la fue arrinconando. En cierto momento la gordita chocó contra su cama y medio como que se recostó sobre ella. Momento muy esperado por el bicho, quien le saltó encima. La tetona gimoteó dulcemente. Se dejó hacer sin resistir, casi muerta de asco. El gusano, con una sorbida, le arrancó las ropas y se las tragó. Una vez que la tuvo completamente desnuda y a su merced, estiró dos pseudopodios con forma de ventosas. Con ellos le empezó a chupar las tetas: primero una, después otra, alternativamente. Hacía slurp, slurp. Aquello era asqueroso y erótico al mismo tiempo. Ya baboseada, un tercer pseudopodio se introdujo profundamente en su vagina. Pero aquel falo no era un operador lacaniano (o sí); no era propiamente una pija pija: era una máquina de vacío que al tiempo que entraba y salía vaciaba de aire la intimidad del útero para luego insuflar líquidos tibios. Así una vez y otra. Dos nuevos pseudopodios se introdujeron en su boca y en el ortex. La gordita, ya totalmente entregada, comenzó a gozar. ¿Qué remedio le quedaba si había perdido, la muy puta (distraída e histérica)? El pseudopodio del culo se hinchaba al entrar y se desinflaba al salir. Uno, dos, tres orgasmos anduvimos bien. Al cuarto la petisa pidió agua. «Basta, me vas a matar.» «Jodéte.» Cuando se desmayaba él la hacía volver a la conciencia. Al orgasmo número catorce tuvo un paro cardíaco. «Muerta soy. ¡Confesión!», como en las obras de Lope de Vega.
Después de comerse todo lo que había en la heladera y bañarse, el gusano máximo de la vida misma se fue.
Son tantos dólares, dijo la mujer. Era prostituta desde hacía dos años. Todavía estaba muy buena, a pesar de tantas cojidas sin amor. Flaca, altísima y con dos grandes gomas. El cliente venía con cara común. Lavadita. Ella, que por lo general era desconfiada, esa vez no dudó. «Soy tuya, bebé», dijo una vez llegados al departamento, mostrándole sus dos tremendas tetas. Pero él tenía otra intención. Al tiempo que sacaba un cuchillo de enormes dimensiones, como diría el diario Crónica, de Buenos Aires (más que cuchillo era una espada chica), le empezó a explicar que, si bien aún no había matado a nadie, estaba interesado en emular las hazañas de Jack el Destripador. Muchacho tonto: debió destriparla sin más, en lugar de dar tantas vueltas.
Ella quedó algo sorprendida. Andaba mal de droga y por eso, un poco ansiosa, no tomo precauciones. La púa estaba en su cartera, a varios metros, y ella desnuda como una estúpida. Si se hacía la fesa y se arrimaba de a poquito el otro la ensartaba. Lo vio en sus ojos.
Pero lo que ninguno de los dos sabía era que en el techo, esperando pacientemente, estaba pegado el gusano máximo de la vida misma. A él le gustaban las mujeres, no los tipos, pero al ver el asunto sufrió un ataque pasional de indignación. Hizo plop a espaldas del fulano, se le aferró como una lapa y le largó un misil de corto alcance. Aquel viboráceo fue algo tan inesperado y horrible que el punto largó el cuchillo, levantó los brazos y lanzó un grito de lo más teatral y artístico. Parecía Boris Godunov, en la inmortal ópera de Modesto Mussorski, hacia el final, cuando en su agonía dice: «¡Soy el zar! ¡Soy el zar!». Cayó a tierra y, como pudo, arrastrándose, salió del lugar con el culo roto.
«Supongo que te debo algo», dijo la flaca. Se acostó en la cama y abrió las piernas. Cosa curiosa: el gusano se deserotizó muchísimo. A él le gustaba tomar sin que le diesen. De todas maneras saltó como una rana y la cazó al mismo tiempo en todos los lugares. La cazó pero poco. La otra tuvo que ayudarlo. Debió multiplicar sus manos para levantar las distintas partes. El monstruo consideró que era una vergüenza que no pudiese sin ayuda y, apelando a su voluntad nietzscheana, al último yoga, comenzó a fornicarla de firme. «Matáme, matáme gusano de mierda, que me gusta.» «¿Querés morir?», preguntó él muy extrañado. «Siempre y cuando no me hagas preguntas boludas como ésta, sí.»
Era tan asqueroso el gusano máximo de la vida misma, que la puta no había podido impedir irse erotizando de a poco. No era como . . . .coger con un punto y ni siquiera con un tipo. Desde que la reventó su primer fiolo que no tenía un orgasmo así. Tuvo uno fuerte, otro menos y le dijo que parase porque no quería desacralizar la novedad. El bicho, que habitualmente no atendía pedidos de clemencia ni de cualquier otra naturaleza, para su propia sorpresa obedeció como una ovejita.
En poco tiempo el máximo de la vida misma se transformó en el nuevo fiolo de la flaca. Él la cuidaba de los clientes jodidos, de los que se hacían los fesas y trataban de comer y no pagar, la sacaba de la taquería cuando la yuta se la llevaba (mejor ni te cuento el cagazo de los cobani cuando lo veían aparecer al monstruo en toda su gloria), etcétera.
El por primera vez conocía el significado de la palabra amor. Todo terminó cuando una noche, luego de una peregrinación por los techos y azoteas, entró por la ventana y la encontró sobre la colcha, desnuda y muerta por una sobredosis.
Tres días estuvo llorándola. Como su flaquita se iba poniendo cada vez más fea por la putrefacción dejó el lugar para siempre.
Cualquier barrio underground le recordaba a su muy amada flaca, así que se fue a la zona cara.
En ese derpa había una fiesta cheta y el gusano entró por una ventana pequeñita que imitaba los ojos de buey de los barcos. Cayó sobre la alfombra lo más silenciosamente posible (la música a todo lo que daba lo ayudó mucho y también el hecho de usar su fuerza telepática), pues no quería ser visto y se escondió en un ropero. Desde allí escuchaba las conversaciones pelotudas con ayuda de sus sensores. Tuvo que oír de nuevo el repertorio completo de todas las chapas de levante ya vistas: «¿Tenés el último compact de Peter Gabriel?», «Una a esta altura no quiere un verso chico y que pac a la lona. Una quiere que la seduzcan» –al oír esto el gusano pensaba: cómo se ve que no te miraste al espejo. Pero si cojerte es hacerte un favor, la concha de tu madre. Esta todavía pretende que la seduzcan. Qué pretenciosa–, «Los otros días aluciné que te había visto. Flaca ¿qué tenés? Sos bárbara», «Aquí hay mucho ruido, no se puede conversar bien. A la vuelta hay un boliche de un amigo mío», «Punta y la península de Florida ya me tienen harto. Los norteamericanos no saben la maravilla que tienen en el Oeste».
A las cinco o cinco y media de la mañana se fueron los últimos chichis. El gusano siempre en el ropero: firme como un soldado. La dueña de casa se encamó con su partenaire de la noche. Luego del habitual y consabido orgasmo se pusieron a dormir (¿por qué la gente será tan aburrida para cojer y, sobre todo, por qué dirá tantas mentiras? Si ya sabemos que para el otro no significamos un carajo, ¿por qué mierda siempre siempre nos dirán que somos únicos y que antes que nosotros etcétera? Debe ser que lo hacen para humillarnos con el posterior olvido).
Bastante después del mediodía se levantaron, tomaron el desayuno, el tipo se fue y la concheta pasó al baño para darse una ducha.
Por supuesto y, como cualquiera puede imaginarlo, allí, pegado al techo la esperaba bla, bli, blu. Sí, pero con un pequeño cambio. Así como la puta de la aventura anterior lo subordinó enamorándolo por una cuestión de clase (mina fuerte, underground, muy propia), la concheta también lo subordinó por una cuestión de clase (de otra clase). Temenos confesar que el gusano máximo de la vida misma era, en el fondo, un acomplejado campesino.
Vivieron juntos dos años y dos meses.
Ella le decía: «Con vos me pasan cosas fuertes. A mí no me importa para nada que seas un monstruo. Al contrario: mejor, porque es un cachetazo para mi vieja, que siempre me quiso elegir los tipos. Lo que sí me preocupa es tu edad: vos tenés ciento ochenta y cinco años más que yo. Soy una piba y vos un gusano máximo de la vida misma viejo. Tengo miedo de que dentro de algunos años tenga que hacer de enfermera. Pero hasta esto me lo bancaría. Yo necesito seguridad económica. Mi vieja me dio estructura. Mi hombre también me tiene que dar estructura a través de la seguridad. Yo no te pido mucho. Te pido lo mínimo. Una vacación en Florida, Brasil, Bariloche o California o París o Londres por año. Es el mínimo».
Él, cuando le oía decir estas barbaridades, propias de una mina que nunca laburó, se enternecía y al mismo tiempo tenía ganas de matarla.
Y un día lo dejó. El gusano máximo de la vida misma debió salir del departamento por el mismo ojo de buey por el que había entrado. No se dejó ni tocar las tetas. «Esto es provisorio», fue la última boludez que ella le dijo. «Puede durar dos o tres meses. Si lo nuestro es lo bastante fuerte y sólido ya volveremos a estar juntos. Lo nuestro tiene una cosa a favor: es el asunto de los orgasmos. Orgasmos profundos como tuve con vos no tuve con nadie.» Él pensó: Sí, es provisorio. Va a durar sólo dos o tres décadas. Pero esto no se lo dijo. Lo que sí le dijo fue: «Te voy a hacer un horóscopo. Te va a ir muy bien con el tipo de barba con el cual te vas a encontrar». «¿Qué tipo de barba?» «Uno que ya vas a conocer. Él te llevará de viaje muchas veces, te dará hijos y te hará vivir en un lugar lleno de paisajes. Y ¿sabés? El asunto de los orgasmos, como vos decís... Ahora que tuviste estos orgasmos conmigo los vas a tener con cualquiera. Los veo a los dos, desnudos, en su cama después de cojer, vos a la izquierda y él a la derecha, y vos diciéndole a tu nuevo hombre (el barbudo de Pimpinela): "¿Sabés? Cuando corté con el gusano máximo de la vida misma creí que ya nunca iba a conseguir orgasmos como los que conseguí con él. Y ahora, con vos, los alcancé. Esto me da la certeza de lo que lo nuestro es fuerte y de que yo te amo".»
Todo eso le dijo el gusano máximo de la vida misma a la concheta y era verdad y se cumplió. Lo que no le dijo pero también se iba a cumplir, sólo que veinte años después, era que ella iba a terminar amargada y sola como su madre. Chica poco astuta: debió saber que a las conchetas sus maridos las dejan a los veinte años de casados para andar con minas veinte años más jóvenes que ellas.
sábado, 29 de noviembre de 2008
jueves, 27 de noviembre de 2008
Chuck Palahniuk - GUTS (tripas)
Inhala.
Toma tanto aire como puedas.
Esta historia debería durar lo que puedas aguantar la respiración, y después un poquito más. Así que escucha tan rápido como puedas.
Un amigo mío, cuando tenía 13 años oyó hablar del "pegging". Esto es cuando un hombre es penetrado por el culo con un consolador. Se estimula la glándula prostática lo suficiente, y el rumor es que se pueden tener explosivos orgasmos manos-libres. A esa edad, este amigo es un maníaco del sexo. Siempre está necesitando una nueva forma de vaciar sus huevos. Sale a comprar una zanahoria y un poco de vaselina. Para llevar a cabo una pequeña investigación privada. Después se imagina como va a quedar en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la vaselina corriendo por la cinta transportadora hacia la caja. Todos los compradores esperando en línea, mirando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.
Entonces mi amigo, compra leche, huevos, azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes de una torta de zanahoria. Y vaselina.
Como si fuera a su casa a meterse una torta de zanahorias por el culo.
En su casa, corta la zanahoria y se convierte en una herramienta sin filo. La unta con grasa y acerca el culo profundamente a ella. Después, nada. Ningún orgasmo. No pasa nada excepto que duele.
Entonces, su mamá le grita que vaya a cenar. Que baje ahora mismo.
Trabaja la salida de la zanahoria y guarda la cosa resbaladiza y hedionda en las sábanas sucias abajo de su cama.
Después de comer, va a buscar la zanahoria, y ya no está. Toda su ropa sucia, mientras cenaba, su mamá la había llevado para lavar. No había forma de que no hubiera encontrado la zanahoria, prolijamente esculpida con un cuchillo de su cocina, todavía brillando con vaselina y oliendo.
Este amigo mío, espera meses debajo de una nube negra, esperando que sus viejos le digan algo. Y nunca lo hacen. Jamás. Inclusive ahora que es adulto, esa zanahoria invisible cuelga en cada Navidad, cada fiesta de cumpleaños. En cada Pascua con sus hijos, los nietos de sus viejos, esa zanahoria fantasma esta acechando sobre ellos. Eso demasiado feo para nombrar.
La gente en Francia tienen una frase: "espíritu de la escalera". En francés: espirit de l'escalier. Significa el momento en el que encuentras la respuesta, pero es demasiado tarde. Como cuando estás en una fiesta y alguien te insulta. Tienes que decir algo. Entonces bajo presión, con todos mirando, dices algo estúpido. Pero en el momento que te vas de la fiesta... mientras bajas las escaleras, magia. Se te ocurre la cosa perfecta que deberías haber dicho. La réplica perfecta desperdiciada.
Ese es el espíritu de la escalera.
El problema es que ni siquiera los franceses tienen una frase para las cosas estúpidas que realmente dices bajo presión. Esas cosas estúpidas, desesperadas que realmente piensas o haces.
Algunos actos son demasiado bajos para tener un nombre. Demasiado bajos siquiera para hablar de ellos.
Mirando atrás, psicólogos infantiles, psicopedagogos, ahora dicen que la mayoría del último pico en suicidios adolescentes eran chicos tratando de estrangularse mientras se pajeaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello del chico, la toalla atada al palo de su armario, el chico muerto. Esperma muerto por todos lados. Por supuesto los padres limpiaban todo. Le ponían unos pantalones al chico. Lo hacían parecer...mejor, intencional por lo menos. El triste y usual tipo de suicidio adolescente.
Otro amigo mío, un chico de la escuela, su hermano más grande de la Marina le dijo como los tipos del medio oriente se pajean diferente de como lo hacemos aquí. Este hermano más grande estaba destinado en un país de camellos donde venden abridores de cartas muy elegantes. Cada una de esas es un palo finito de plata o bronce pulido, quizás largo como tu mano, con una gran punta de un lado, una gran bola de metal o el tipo de empuñadura que verías en una espada. Este hermano de la Marina cuenta cómo los árabes ponen su polla dura y luego insertan esta vara de metal a lo largo de su miembro. Se hacen la paja con eso dentro, y hace que acabe mucho mejor. Más intenso.
Es este hermano mayor que viaja por el mundo, mandándonos frases francesas. Frases rusas. Consejos de masturbación útiles.
Después de esto, el hermano chico, un día no aparece por la escuela. Esa noche, me llama a ver si le puedo guardar los deberes por un par de semanas. Porque está en el hospital.
Tiene que compartir la habitación con viejos a los que les están trabajando las entrañas. Cuenta como tienen que compartir el mismo televisor. Todo lo que tiene para su privacidad es una cortina. Sus viejos no lo visitan. Por el teléfono, dice cómo sus viejos matarían ahora a su hermano mayor de la Marina.
Por el teléfono, el chico cuenta cómo el día anterior estaba un poco fumado. En su casa y en su habitación, se tiró en la cama. Estaba prendiendo una vela y mirando unas revistas porno viejas, preparándose para hacerse una paja. Todo esto después de haber escuchado lo de su hermano de la Marina. Ese consejo útil de cómo se pajean los árabes. Busca a su alrededor algo que pueda hacer el trabajo. Una birome es muy grande. Un lápiz es muy grande y áspero. Pero caída sobre un lado de la vela, hay una tirita suave de cera que podría funcionar. Con la punta de un dedo, el chico despega el palito de cera de la vela. Lo hace rodar por la palma de sus manos. Largo y suave, y fino.
Loco y caliente, lo mete dentro, profundo y más profundo en su miembro. Con una buena porción de cera todavía fuera de la punta, se pone a trabajar.
En este momento, dice que esos tipos árabes son bastante vivos. Reinventaron completamente la masturbación. Tumbado de espaldas en su cama, las cosas se están poniendo tan buenas, el chico no puede llevar rastro de la cera. Está a una buena apretada de saltar en leche cuando la cera ya no está asomando para afuera.
El palito fino de cera, está metido adentro. Completamente adentro. Tan adentro que no puede sentir la presencia en su miembro.
Desde abajo, su mamá le grita que vaya a comer. Dice que baje ahora mismo. Este chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero todos vivimos más o menos la misma vida.
Es después de comer cuando las entrañas del chico empiezan a doler. Es cera, entonces se imagina que se derretirá adentro y después la meará. Ahora la duele la espalda. Los riñones. No se puede poner derecho.
El chico hablando por teléfono desde la cama del hospital, de fondo puedes escuchar campanitas, gente gritando. Programas de televisión.
Los rayos X muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro de él, está recogiendo todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y áspera, conteniendo cristales de calcio, está moviéndose lastimando la suave pared de su vejiga, bloqueando su orina para salir. Sus riñones están hinchados. Lo poco que gotea de su pito es rojo y con sangre.
Este chico y sus padres, su familia, mirando la radiografía con el doctor y las enfermeras paradas ahí, la gran V de cera brillando en blanco para que todos la vean, tiene que decir la verdad. La forma que se pajean los árabes. Lo que su hermano mayor le escribió desde la Marina.
En el teléfono, ahora mismo, empieza a llorar.
Pagaron la operación de vejiga con sus fondos universitarios. Un error estúpido, y ahora nunca será un abogado.
Meterse cosas dentro de uno. Meterse uno dentro de cosas. Una vela en tu polla o tu cabeza en una horca, sabíamos que iba a ser un gran problema.
Lo que me metió a mi en problemas, lo llamé Buceo de Perlas. Esto significaba hacerse una paja bajo el agua, sentado en lo profundo de la piscina de mis viejos. Con una buena respiración honda, me iba al fondo y me sacaba mi traje de baño. Me sentaba ahí por dos, tres, cuatro minutos.
Solo por pajearme, tenía una gran capacidad pulmonar. Si tenía la casa para mi solo, lo hacía toda la tarde. Después de haber bombeado afuera mis cosas, mi esperma, quedaba por ahí como grandes, gordos, globos de leche.
Después de eso era más buceo, para agarrarlos todos. Para juntarlos y ponerlos en una toalla. Por eso es que se llamaba Buceo de Perlas. Hasta con cloro, me tenía que preocupar por mi hermana. O, santo Dios, mi mamá.
Ese solía ser mi peor temor del mundo: mi hermana virgen adolescente, pensando que sólo esta poniéndose gorda, y después dar a luz a un bebe retrasado de dos cabezas. Ambas cabezas iguales a mi. Yo, el padre Y el tío.
Al final, nunca es lo que te preocupa lo que te agarra.
La mejor parte del Buceo de Perlas era la rejilla interna para el filtro de agua y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse ahí.
Como dirían los franceses: ¿A quién no le gusta que le chupen el culo?
Igual, en un minuto sois sólo un chico haciéndose una paja, y al siguiente nunca vas a ser un abogado.
Un minuto, estoy sentado en el fondo de la piscina, y en el cielo hay olas, a través de celestes ocho pies de agua sobre mi cabeza. El mundo está en silencio excepto por el latir de mi corazón en mis oídos. Mi bañador a rayas amarillas está agarrado alrededor de mi cuello para tenerlo a salvo, por las dudas de que un amigo, un vecino, cualquiera aparezca a preguntar por qué no fui al entrenamiento de futbol. La succión constante del agujero interno de la piscina está lamiendo y yo estoy frunciendo mi flaco y blanco culo por esa sensación.
Un minuto, tengo suficiente aire, y la polla en mi mano. Mis viejos se fueron a trabajar y mi hermana está en ballet. Nadie debería pasar por casa en cuatro horas.
Mis manos me llevan a punto de acabar, y me detengo. Nado arriba para agarrar otra gran bocanada, respiro hondo. Me sumerjo y voy de nuevo al fondo.
Hago esto una y otra vez.
Por esto debe ser que las mujeres se quieren sentar en tu cara. La succión es como echarse un cagada que no termina nunca. Mi polla dura y haciéndome comer el orto, no necesito aire. Los latidos en mis oídos, me quedo debajo hasta que grandes estrellas de luz empiezan a colarse en mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de cada rodilla raspada contra el fondo de hormigón. Mis dedos se están poniendo azules, mis dedos de los pies y de las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.
Y después lo dejo pasar. Los grandes blancos globos empiezan a brotar. Las perlas.
Es ahí que necesito algo de aire. Pero cuando voy a patear contra el fondo, no puedo. No puedo poner mis pies debajo de mí. Mi culo está trabado.
Paramédicos de emergencias te van a decir que cada año aproximadamente 150 personas se traban de esta manera, chupadas por una bomba de circulación. Que te agarre tu pelo largo, o tu culo, y te vas a ahogar. Todos los años, muchísimas personas lo hacen. Muchos de ellos en Florida.
Sólo que la gente no habla de eso. Ni siquiera los franceses hablan de TODO.
Poniendo una rodilla arriba, metiendo un pie abajo mío, llego a estar medio parado cuando siento el tirón contra el culo. Poniendo mi otro pie abajo, pateo contra el fondo, estoy pataleando libre, sin tocar el hormigón, pero sin conseguir aire tampoco.
Todavía pateando agua, remando con los dos brazos, estoy quizás a mitad de camino para la superficie pero no llego más arriba. Los latidos dentro de mi cabeza son más altos y rápidos.
Las brillantes chispas de luz cruzando mis ojos. Giro y miro atrás... pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, algún tipo de serpiente, azul-blanca y trenzada con venas ha salido afuera del drenaje de la pileta y se está agarrando a mi culo. Algunas de sus venas están perdiendo sangre, sangre roja que parece negra debajo del agua y se escapa de pequeños rasgones en la pálida piel de la serpiente. La sangre se va, desapareciendo en el agua, y dentro de la delgada azul-blanca piel de la serpiente podés ver trozos de alguna comida a medio digerir.
Es la única forma de que esto tenga sentido. Un horrible monstruo de mar, una serpiente marina, algo que nunca vio la luz del dia, había estado escondiéndose en el oscuro fondo del drenaje de la piscina, esperando para comerme.
Entonces... la pateo, a la resbaladiza, elástica y anudada piel y sus venas, y más de ella parece salir del drenaje de la piscina. Es quizás tan larga como mi pierna ahora, pero todavía agarrándose firme al agujero de mi culo. Con otra patada, estoy a una pulgada más cerca de tener aire. Todavía sintiendo la serpiente tirando de mi culo, estoy a una pulgada más cerca de mi escape.
Anudado dentro de la serpiente, puedo ver maíz y porotos. Puedo ver una gran bola naranja. Es el tipo de píldora de vitaminas para caballos que mi viejo me hace tomar, para ayudarme a mantenerme en peso. Para tener una beca escolar de futbol. Con extra hierro y ácidos grasos omega-tres.
Es ver la píldora vitamínica que salva mi vida.
No es una serpiente. Es mi intestino grueso, mi colon sacado afuera. Lo que los médicos llaman, prolapsado. Son mis tripas chupadas en el drenaje.
Los paramédicos te van a decir que una bomba de una pileta tira 80 galones de agua por minuto. Eso es como 400 libras de presión. El gran problema es que estamos todos conectados adentro. Tu culo es sólo el lejano final de tu boca. Si lo dejo seguir, la bomba sigue trabajando -desdoblando mis entrañas- hasta que tenga mi lengua. Imagináte echarse un cagada de 400 libras, y vas a ver como esto te puede doblar para afuera.
Lo que te puedo decir es que tus tripas no sienten mucho dolor. No de la forma que tu piel siente dolor. Las cosas que estás digiriendo, los doctores lo llaman materia fecal. Más arriba hay bilis, un desastre con maíz y porotos y guisantes redondos y verdes.
Eso es toda esta sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y porotos flotando alrededor mío. Incluso con mis tripas desenmarañando afuera de mi culo, yo agarrándome de lo que me queda, incluso en ese momento mi primer deseo es de alguna forma ponerme el traje de baño de nuevo.
Dios no permita que mis viejos me vean el pito.
Una mano agarrando por el culo, mi otra mano engancha mi bañador de rayas amarillas y lo saca de mi cuello. Todavía, ponérselos es imposible.
Quieres sentir tus intestinos?, vete a comprar una caja de esos forros ultrafinos. Saca uno y desenrrollalo. Llénalo con mantequilla de maní. Untálo con vaselina y agarralo bajo el agua. Después, trata de romperlo. Trata de partirlo por la mitad. Es muy fuerte y elástico. Es tan delgado que no lo puedes agarrar bien.
Un forro ultrafino, es sólo el intestino.
Puedes ver contra que me enfrento.
Te dejas ir por un segundo, y estás destripado.
Nadas a la superficie a respirar, y estás destripado.
No nadas, y te ahogas.
Es una decisión entre estar muerto ahora o dentro de un minuto.
Lo que mis viejos van a encontrar después del trabajo es un gran feto desnudo, encorvado en sí mismo. Flotando en el agua de su piscina. Atado al fondo por una soga gruesa de venas y tripas retorcidas. Lo opuesto de un chico ahorcándose mientras se pajea. Este es el bebe que trajeron a casa del hospital hace trece años. Aquí está el chico que esperaban ganase una beca de fútbol escolar y que obtuviera un MBA. Quien cuidaría de ellos cuando sean viejos. Aquí están todas sus esperanzas y sueños. Flotando ahí, desnudo y muerto. Alrededor suyo, grandes perlas lechosas de esperma desperdiciada.
Es eso, o mis viejos me van a encontrar envuelto en una toalla sangrienta, colapsado a mitad de camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, las andrajosas sobras de mis tripas todavía colgando de la pierna de mi bañador a rayas amarillas.
De lo que ni siquiera los franceses hablarían.
Ese hermano mayor de la Marina, nos enseñó otra buena frase. Una frase rusa. La forma que decimos: "necesito eso como un agujero en mi cabeza..." los rusos dicen: "necesito eso como dientes en el culo..."
Mne eto nado kak zuby v zadnitse
Esas historias sobre animales atrapados en esas trampas que se mastican la pata, bueno, cualquier coyote te va a decir que un par de mordiscos te salvan de estar muerto.
Mierda... incluso si eres ruso, algún día podrías querer esos dientes.
De otra forma, lo que tienes que hacer es --tienes que retorcerte. Pones un codo detrás de tu rodilla y tiras esa pierna hacia tu cara. Muerdes y desgarras tu propio culo. Te quedas sin aire, y vas a masticar cualquier cosa para tener ese próximo aliento.
No es algo que le quieras contar a una chica en la primera cita. No si esperás un beso de buenas noches.
Si te dijera qué gusto tiene, nunca, jamás comerías calamar de nuevo.
Es difícil decir lo que le molestó más a mis viejos: cómo me metí en problemas o cómo me salvé. Después del hospital, mi mamá dijo, "No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock." Y aprendió a hacer huevos pasados por agua.
Toda esa gente desagradada o sintiendo lástima por mi...
Necesito eso como dientes en el culo.
Ahora, la gente siempre me dice que me ve muy flaco. La gente en fiestas o cenas se incomodan y se enojan cuando no como lo que cocinaron. Un puchero me mata. Jamón cocido. Cualquier cosa que esté en mis tripas por más de un par de horas, sale todavía como comida. Pedazos de pescado cocinado en casa, me voy a cagar y los voy a ver todavía ahí en el inodoro.
Después de tener una resección intestinal importante, no se digiere la carne tan bien. La mayoría de la gente tienen cinco pies de intestino grueso. Yo tengo suerte de tener mis seis pulgadas. Así que nunca tuve una beca escolar de fútbol. Nunca tuve un MBA. Mis dos amigos, el chico de la cera y el chico de la zanahoria, crecieron, se hicieron grandes, pero yo nunca pesé una libra más de lo que pesaba ese día cuando tenía trece años.
Otro gran problema fue que mis viejos pagaron bastante dinero por esa piscina. Al final mi viejo le dijo al tipo de la piscina que fue un perro. El perro de la familia se cayó y se ahogó. El cuerpo muerto fue succionado por la bomba. Incluso cuando el tipo de la piscina abrió el filtro pescando y sacando un tubo elástico, un cacho aguado de intestino con una gran píldora vitamínica adentro, incluso ahí, mi viejo decía, "Ese perro de mierda estaba loco."
Incluso desde la ventana de arriba en mi cuarto, podías escuchar a mi viejo decir, "No pudimos confiar en ese perro por un segundo..."
Después a mi hermana no le vino.
Incluso después de que cambiaron el agua de la piscina, después de vender la casa y mudarnos a otro estado, después del aborto de mi hermana, incluso ahí mis viejos nunca lo mencionaron de nuevo.
Jamás.
Esa es nuestra zanahoria invisible.
Tú. Ahora puedes dar un buen, profundo respiro.
Yo todavía no lo hice.
FIN
--
Chuck Palahniuk es autor entre otras cosas de "El Club de la Pelea"
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Toma tanto aire como puedas.
Esta historia debería durar lo que puedas aguantar la respiración, y después un poquito más. Así que escucha tan rápido como puedas.
Un amigo mío, cuando tenía 13 años oyó hablar del "pegging". Esto es cuando un hombre es penetrado por el culo con un consolador. Se estimula la glándula prostática lo suficiente, y el rumor es que se pueden tener explosivos orgasmos manos-libres. A esa edad, este amigo es un maníaco del sexo. Siempre está necesitando una nueva forma de vaciar sus huevos. Sale a comprar una zanahoria y un poco de vaselina. Para llevar a cabo una pequeña investigación privada. Después se imagina como va a quedar en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la vaselina corriendo por la cinta transportadora hacia la caja. Todos los compradores esperando en línea, mirando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.
Entonces mi amigo, compra leche, huevos, azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes de una torta de zanahoria. Y vaselina.
Como si fuera a su casa a meterse una torta de zanahorias por el culo.
En su casa, corta la zanahoria y se convierte en una herramienta sin filo. La unta con grasa y acerca el culo profundamente a ella. Después, nada. Ningún orgasmo. No pasa nada excepto que duele.
Entonces, su mamá le grita que vaya a cenar. Que baje ahora mismo.
Trabaja la salida de la zanahoria y guarda la cosa resbaladiza y hedionda en las sábanas sucias abajo de su cama.
Después de comer, va a buscar la zanahoria, y ya no está. Toda su ropa sucia, mientras cenaba, su mamá la había llevado para lavar. No había forma de que no hubiera encontrado la zanahoria, prolijamente esculpida con un cuchillo de su cocina, todavía brillando con vaselina y oliendo.
Este amigo mío, espera meses debajo de una nube negra, esperando que sus viejos le digan algo. Y nunca lo hacen. Jamás. Inclusive ahora que es adulto, esa zanahoria invisible cuelga en cada Navidad, cada fiesta de cumpleaños. En cada Pascua con sus hijos, los nietos de sus viejos, esa zanahoria fantasma esta acechando sobre ellos. Eso demasiado feo para nombrar.
La gente en Francia tienen una frase: "espíritu de la escalera". En francés: espirit de l'escalier. Significa el momento en el que encuentras la respuesta, pero es demasiado tarde. Como cuando estás en una fiesta y alguien te insulta. Tienes que decir algo. Entonces bajo presión, con todos mirando, dices algo estúpido. Pero en el momento que te vas de la fiesta... mientras bajas las escaleras, magia. Se te ocurre la cosa perfecta que deberías haber dicho. La réplica perfecta desperdiciada.
Ese es el espíritu de la escalera.
El problema es que ni siquiera los franceses tienen una frase para las cosas estúpidas que realmente dices bajo presión. Esas cosas estúpidas, desesperadas que realmente piensas o haces.
Algunos actos son demasiado bajos para tener un nombre. Demasiado bajos siquiera para hablar de ellos.
Mirando atrás, psicólogos infantiles, psicopedagogos, ahora dicen que la mayoría del último pico en suicidios adolescentes eran chicos tratando de estrangularse mientras se pajeaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello del chico, la toalla atada al palo de su armario, el chico muerto. Esperma muerto por todos lados. Por supuesto los padres limpiaban todo. Le ponían unos pantalones al chico. Lo hacían parecer...mejor, intencional por lo menos. El triste y usual tipo de suicidio adolescente.
Otro amigo mío, un chico de la escuela, su hermano más grande de la Marina le dijo como los tipos del medio oriente se pajean diferente de como lo hacemos aquí. Este hermano más grande estaba destinado en un país de camellos donde venden abridores de cartas muy elegantes. Cada una de esas es un palo finito de plata o bronce pulido, quizás largo como tu mano, con una gran punta de un lado, una gran bola de metal o el tipo de empuñadura que verías en una espada. Este hermano de la Marina cuenta cómo los árabes ponen su polla dura y luego insertan esta vara de metal a lo largo de su miembro. Se hacen la paja con eso dentro, y hace que acabe mucho mejor. Más intenso.
Es este hermano mayor que viaja por el mundo, mandándonos frases francesas. Frases rusas. Consejos de masturbación útiles.
Después de esto, el hermano chico, un día no aparece por la escuela. Esa noche, me llama a ver si le puedo guardar los deberes por un par de semanas. Porque está en el hospital.
Tiene que compartir la habitación con viejos a los que les están trabajando las entrañas. Cuenta como tienen que compartir el mismo televisor. Todo lo que tiene para su privacidad es una cortina. Sus viejos no lo visitan. Por el teléfono, dice cómo sus viejos matarían ahora a su hermano mayor de la Marina.
Por el teléfono, el chico cuenta cómo el día anterior estaba un poco fumado. En su casa y en su habitación, se tiró en la cama. Estaba prendiendo una vela y mirando unas revistas porno viejas, preparándose para hacerse una paja. Todo esto después de haber escuchado lo de su hermano de la Marina. Ese consejo útil de cómo se pajean los árabes. Busca a su alrededor algo que pueda hacer el trabajo. Una birome es muy grande. Un lápiz es muy grande y áspero. Pero caída sobre un lado de la vela, hay una tirita suave de cera que podría funcionar. Con la punta de un dedo, el chico despega el palito de cera de la vela. Lo hace rodar por la palma de sus manos. Largo y suave, y fino.
Loco y caliente, lo mete dentro, profundo y más profundo en su miembro. Con una buena porción de cera todavía fuera de la punta, se pone a trabajar.
En este momento, dice que esos tipos árabes son bastante vivos. Reinventaron completamente la masturbación. Tumbado de espaldas en su cama, las cosas se están poniendo tan buenas, el chico no puede llevar rastro de la cera. Está a una buena apretada de saltar en leche cuando la cera ya no está asomando para afuera.
El palito fino de cera, está metido adentro. Completamente adentro. Tan adentro que no puede sentir la presencia en su miembro.
Desde abajo, su mamá le grita que vaya a comer. Dice que baje ahora mismo. Este chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero todos vivimos más o menos la misma vida.
Es después de comer cuando las entrañas del chico empiezan a doler. Es cera, entonces se imagina que se derretirá adentro y después la meará. Ahora la duele la espalda. Los riñones. No se puede poner derecho.
El chico hablando por teléfono desde la cama del hospital, de fondo puedes escuchar campanitas, gente gritando. Programas de televisión.
Los rayos X muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro de él, está recogiendo todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y áspera, conteniendo cristales de calcio, está moviéndose lastimando la suave pared de su vejiga, bloqueando su orina para salir. Sus riñones están hinchados. Lo poco que gotea de su pito es rojo y con sangre.
Este chico y sus padres, su familia, mirando la radiografía con el doctor y las enfermeras paradas ahí, la gran V de cera brillando en blanco para que todos la vean, tiene que decir la verdad. La forma que se pajean los árabes. Lo que su hermano mayor le escribió desde la Marina.
En el teléfono, ahora mismo, empieza a llorar.
Pagaron la operación de vejiga con sus fondos universitarios. Un error estúpido, y ahora nunca será un abogado.
Meterse cosas dentro de uno. Meterse uno dentro de cosas. Una vela en tu polla o tu cabeza en una horca, sabíamos que iba a ser un gran problema.
Lo que me metió a mi en problemas, lo llamé Buceo de Perlas. Esto significaba hacerse una paja bajo el agua, sentado en lo profundo de la piscina de mis viejos. Con una buena respiración honda, me iba al fondo y me sacaba mi traje de baño. Me sentaba ahí por dos, tres, cuatro minutos.
Solo por pajearme, tenía una gran capacidad pulmonar. Si tenía la casa para mi solo, lo hacía toda la tarde. Después de haber bombeado afuera mis cosas, mi esperma, quedaba por ahí como grandes, gordos, globos de leche.
Después de eso era más buceo, para agarrarlos todos. Para juntarlos y ponerlos en una toalla. Por eso es que se llamaba Buceo de Perlas. Hasta con cloro, me tenía que preocupar por mi hermana. O, santo Dios, mi mamá.
Ese solía ser mi peor temor del mundo: mi hermana virgen adolescente, pensando que sólo esta poniéndose gorda, y después dar a luz a un bebe retrasado de dos cabezas. Ambas cabezas iguales a mi. Yo, el padre Y el tío.
Al final, nunca es lo que te preocupa lo que te agarra.
La mejor parte del Buceo de Perlas era la rejilla interna para el filtro de agua y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse ahí.
Como dirían los franceses: ¿A quién no le gusta que le chupen el culo?
Igual, en un minuto sois sólo un chico haciéndose una paja, y al siguiente nunca vas a ser un abogado.
Un minuto, estoy sentado en el fondo de la piscina, y en el cielo hay olas, a través de celestes ocho pies de agua sobre mi cabeza. El mundo está en silencio excepto por el latir de mi corazón en mis oídos. Mi bañador a rayas amarillas está agarrado alrededor de mi cuello para tenerlo a salvo, por las dudas de que un amigo, un vecino, cualquiera aparezca a preguntar por qué no fui al entrenamiento de futbol. La succión constante del agujero interno de la piscina está lamiendo y yo estoy frunciendo mi flaco y blanco culo por esa sensación.
Un minuto, tengo suficiente aire, y la polla en mi mano. Mis viejos se fueron a trabajar y mi hermana está en ballet. Nadie debería pasar por casa en cuatro horas.
Mis manos me llevan a punto de acabar, y me detengo. Nado arriba para agarrar otra gran bocanada, respiro hondo. Me sumerjo y voy de nuevo al fondo.
Hago esto una y otra vez.
Por esto debe ser que las mujeres se quieren sentar en tu cara. La succión es como echarse un cagada que no termina nunca. Mi polla dura y haciéndome comer el orto, no necesito aire. Los latidos en mis oídos, me quedo debajo hasta que grandes estrellas de luz empiezan a colarse en mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de cada rodilla raspada contra el fondo de hormigón. Mis dedos se están poniendo azules, mis dedos de los pies y de las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.
Y después lo dejo pasar. Los grandes blancos globos empiezan a brotar. Las perlas.
Es ahí que necesito algo de aire. Pero cuando voy a patear contra el fondo, no puedo. No puedo poner mis pies debajo de mí. Mi culo está trabado.
Paramédicos de emergencias te van a decir que cada año aproximadamente 150 personas se traban de esta manera, chupadas por una bomba de circulación. Que te agarre tu pelo largo, o tu culo, y te vas a ahogar. Todos los años, muchísimas personas lo hacen. Muchos de ellos en Florida.
Sólo que la gente no habla de eso. Ni siquiera los franceses hablan de TODO.
Poniendo una rodilla arriba, metiendo un pie abajo mío, llego a estar medio parado cuando siento el tirón contra el culo. Poniendo mi otro pie abajo, pateo contra el fondo, estoy pataleando libre, sin tocar el hormigón, pero sin conseguir aire tampoco.
Todavía pateando agua, remando con los dos brazos, estoy quizás a mitad de camino para la superficie pero no llego más arriba. Los latidos dentro de mi cabeza son más altos y rápidos.
Las brillantes chispas de luz cruzando mis ojos. Giro y miro atrás... pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, algún tipo de serpiente, azul-blanca y trenzada con venas ha salido afuera del drenaje de la pileta y se está agarrando a mi culo. Algunas de sus venas están perdiendo sangre, sangre roja que parece negra debajo del agua y se escapa de pequeños rasgones en la pálida piel de la serpiente. La sangre se va, desapareciendo en el agua, y dentro de la delgada azul-blanca piel de la serpiente podés ver trozos de alguna comida a medio digerir.
Es la única forma de que esto tenga sentido. Un horrible monstruo de mar, una serpiente marina, algo que nunca vio la luz del dia, había estado escondiéndose en el oscuro fondo del drenaje de la piscina, esperando para comerme.
Entonces... la pateo, a la resbaladiza, elástica y anudada piel y sus venas, y más de ella parece salir del drenaje de la piscina. Es quizás tan larga como mi pierna ahora, pero todavía agarrándose firme al agujero de mi culo. Con otra patada, estoy a una pulgada más cerca de tener aire. Todavía sintiendo la serpiente tirando de mi culo, estoy a una pulgada más cerca de mi escape.
Anudado dentro de la serpiente, puedo ver maíz y porotos. Puedo ver una gran bola naranja. Es el tipo de píldora de vitaminas para caballos que mi viejo me hace tomar, para ayudarme a mantenerme en peso. Para tener una beca escolar de futbol. Con extra hierro y ácidos grasos omega-tres.
Es ver la píldora vitamínica que salva mi vida.
No es una serpiente. Es mi intestino grueso, mi colon sacado afuera. Lo que los médicos llaman, prolapsado. Son mis tripas chupadas en el drenaje.
Los paramédicos te van a decir que una bomba de una pileta tira 80 galones de agua por minuto. Eso es como 400 libras de presión. El gran problema es que estamos todos conectados adentro. Tu culo es sólo el lejano final de tu boca. Si lo dejo seguir, la bomba sigue trabajando -desdoblando mis entrañas- hasta que tenga mi lengua. Imagináte echarse un cagada de 400 libras, y vas a ver como esto te puede doblar para afuera.
Lo que te puedo decir es que tus tripas no sienten mucho dolor. No de la forma que tu piel siente dolor. Las cosas que estás digiriendo, los doctores lo llaman materia fecal. Más arriba hay bilis, un desastre con maíz y porotos y guisantes redondos y verdes.
Eso es toda esta sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y porotos flotando alrededor mío. Incluso con mis tripas desenmarañando afuera de mi culo, yo agarrándome de lo que me queda, incluso en ese momento mi primer deseo es de alguna forma ponerme el traje de baño de nuevo.
Dios no permita que mis viejos me vean el pito.
Una mano agarrando por el culo, mi otra mano engancha mi bañador de rayas amarillas y lo saca de mi cuello. Todavía, ponérselos es imposible.
Quieres sentir tus intestinos?, vete a comprar una caja de esos forros ultrafinos. Saca uno y desenrrollalo. Llénalo con mantequilla de maní. Untálo con vaselina y agarralo bajo el agua. Después, trata de romperlo. Trata de partirlo por la mitad. Es muy fuerte y elástico. Es tan delgado que no lo puedes agarrar bien.
Un forro ultrafino, es sólo el intestino.
Puedes ver contra que me enfrento.
Te dejas ir por un segundo, y estás destripado.
Nadas a la superficie a respirar, y estás destripado.
No nadas, y te ahogas.
Es una decisión entre estar muerto ahora o dentro de un minuto.
Lo que mis viejos van a encontrar después del trabajo es un gran feto desnudo, encorvado en sí mismo. Flotando en el agua de su piscina. Atado al fondo por una soga gruesa de venas y tripas retorcidas. Lo opuesto de un chico ahorcándose mientras se pajea. Este es el bebe que trajeron a casa del hospital hace trece años. Aquí está el chico que esperaban ganase una beca de fútbol escolar y que obtuviera un MBA. Quien cuidaría de ellos cuando sean viejos. Aquí están todas sus esperanzas y sueños. Flotando ahí, desnudo y muerto. Alrededor suyo, grandes perlas lechosas de esperma desperdiciada.
Es eso, o mis viejos me van a encontrar envuelto en una toalla sangrienta, colapsado a mitad de camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, las andrajosas sobras de mis tripas todavía colgando de la pierna de mi bañador a rayas amarillas.
De lo que ni siquiera los franceses hablarían.
Ese hermano mayor de la Marina, nos enseñó otra buena frase. Una frase rusa. La forma que decimos: "necesito eso como un agujero en mi cabeza..." los rusos dicen: "necesito eso como dientes en el culo..."
Mne eto nado kak zuby v zadnitse
Esas historias sobre animales atrapados en esas trampas que se mastican la pata, bueno, cualquier coyote te va a decir que un par de mordiscos te salvan de estar muerto.
Mierda... incluso si eres ruso, algún día podrías querer esos dientes.
De otra forma, lo que tienes que hacer es --tienes que retorcerte. Pones un codo detrás de tu rodilla y tiras esa pierna hacia tu cara. Muerdes y desgarras tu propio culo. Te quedas sin aire, y vas a masticar cualquier cosa para tener ese próximo aliento.
No es algo que le quieras contar a una chica en la primera cita. No si esperás un beso de buenas noches.
Si te dijera qué gusto tiene, nunca, jamás comerías calamar de nuevo.
Es difícil decir lo que le molestó más a mis viejos: cómo me metí en problemas o cómo me salvé. Después del hospital, mi mamá dijo, "No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock." Y aprendió a hacer huevos pasados por agua.
Toda esa gente desagradada o sintiendo lástima por mi...
Necesito eso como dientes en el culo.
Ahora, la gente siempre me dice que me ve muy flaco. La gente en fiestas o cenas se incomodan y se enojan cuando no como lo que cocinaron. Un puchero me mata. Jamón cocido. Cualquier cosa que esté en mis tripas por más de un par de horas, sale todavía como comida. Pedazos de pescado cocinado en casa, me voy a cagar y los voy a ver todavía ahí en el inodoro.
Después de tener una resección intestinal importante, no se digiere la carne tan bien. La mayoría de la gente tienen cinco pies de intestino grueso. Yo tengo suerte de tener mis seis pulgadas. Así que nunca tuve una beca escolar de fútbol. Nunca tuve un MBA. Mis dos amigos, el chico de la cera y el chico de la zanahoria, crecieron, se hicieron grandes, pero yo nunca pesé una libra más de lo que pesaba ese día cuando tenía trece años.
Otro gran problema fue que mis viejos pagaron bastante dinero por esa piscina. Al final mi viejo le dijo al tipo de la piscina que fue un perro. El perro de la familia se cayó y se ahogó. El cuerpo muerto fue succionado por la bomba. Incluso cuando el tipo de la piscina abrió el filtro pescando y sacando un tubo elástico, un cacho aguado de intestino con una gran píldora vitamínica adentro, incluso ahí, mi viejo decía, "Ese perro de mierda estaba loco."
Incluso desde la ventana de arriba en mi cuarto, podías escuchar a mi viejo decir, "No pudimos confiar en ese perro por un segundo..."
Después a mi hermana no le vino.
Incluso después de que cambiaron el agua de la piscina, después de vender la casa y mudarnos a otro estado, después del aborto de mi hermana, incluso ahí mis viejos nunca lo mencionaron de nuevo.
Jamás.
Esa es nuestra zanahoria invisible.
Tú. Ahora puedes dar un buen, profundo respiro.
Yo todavía no lo hice.
FIN
--
Chuck Palahniuk es autor entre otras cosas de "El Club de la Pelea"
Descarga el relato en formato pdf aqui
El Niño proletario - Osvaldo Lamborghini
Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.
El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.
En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario.
Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande.
Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al nino proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror.
Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa.
¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo.
La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre.
Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror
oh por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color.
A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión.
No desfallecer, Gustavo, no desfallecer.
Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación.
Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación.
Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce.
Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado.
Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor.
Esteban y yo nos conteníamos ásperamente, con las gargantas bloqueadas por un silencio de ansiedad, desesperación. Esteban y yo. Con los falos enardecidos en las manos esperábamos y esperábamos, mientras Gustavo daba brincos que taladraban a ¡Estropeado! y ¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmernente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo.
A Esteban se le contrajo el estómago a raíz de la ansiedad y luego de la arcada desalojó algo del estómago, algo que cayó a mis pies. Era un espléndido conjunto de objetos brillantes, ricamente ornamentados, espejeantes al sol. Me agaché, lo incorporé a mi estómago, y Esteban entendió mi hermanación. Se arrojó a mis brazos y yo me bajé los pantalones. Por el ano desocupé. Desalojé una masa luminosa que enceguecía con el sol. Esteban la comió y a sus brazos hermanados me arrojé.
Mientras tanto ¡Estropeado! se ahogaba en el barro, con su ano opaco rasgado por el falo de Gustavo, quien por fin tuvo su goce con un alarido. La inocencia del justiciero placer.
Esteban y yo nos precipitamos sobre el inmundo cuerpo abandonado. Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de soga de alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies, malolientes de los pies, que ya de nada irían a servirle. Nunca más correteos, correteos y saltos de tranvía en tranvía, tranvías amarillos.
Promediaba mi turno pero yo no quería penetrarlo por el ano.
—Yo quiero succión —crují.
Esteban se afanaba en los últimos jadeos. Yo esperaba que Esteban terminara, que la cara de ¡Estropeado! se desuniera del barro para que ¡Estropeado! me lamiera el falo, pero debía entretener la espera, armarme en la tardanza. Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulosfalanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el coello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos, sin todavía el prístino argénteo fin de muerte. Todavía escabullirse literalmente en la tardanza.
Gustavo pedía a gritos por su parte un fino pañuelo de batista. Quería limpiarse la arremolinada materia fecal conque ¡Estropeado! le ensuciara la punta rósea hiriente de su falo. Parece que ¡Estropeado! se cagó. Era enorme y agresivo entre paréntesis el falo de Gustavo. Con entera independencia y solo se movía, así, y así, cabezadas y embestidas. Tensaba para colmo los labios delgados de su boca como si ya mismo y sin tardanza fuera a aullar. Y el sol se ponía, el sol que se ponía, ponía. Nos iluminaban los últimos rayos en la rompiente tarde azul. Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe, lívido Gustavo miraba el sol que se moría y reclamaba aquel pañuelo de batista, bordado y maternal. Yo le di para calmarlo mi pañuelo de batista donde el rostro de mi madre augusta estaba bordado, rodeado por una esplendente aureola como de fingidos rayos, en tanto que tantas veces sequé mis lágrimas en ese mismo pañuelo, y sobre él volqué, años después, mi primera y trémula eyaculación.
Porque la venganza llama al goce y el goce a la venganza pero no en cualquier vagina y es preferible que en ninguna. Con mi pañuelo de batista en la mano Gustavo se limpió su punta agresiva y así me lo devolvió rojo sangre y marrón. Mi lengua lo limpió en un segundo, hasta devolverle al paño la cara augusta, el retrato con un collar de perlas en el cuello, eh. Con un collar en el cuello. Justo ahí.
Descansaba Esteban mirando el aire después de gozar y era mi turno. Yo me acerqué a la forma de ¡Estropeado! medio sepultada en el barro y la di vuelta con el pie. En la cara brillaba el tajo obra del vidrio triangular. El ombligo de raquítico lucía lívido azulado. Tenía los brazos y las piernas encogidos, como si ahora y todavía, después de la derrota, intentara protegerse del asalto. Reflejo que no pudo tener en su momento condenado por la clase. Con el punzón le alargué el ombligo de otro tajo. Manó la sangre entre los dedos de sus manos. En el estilo más feroz el punzón le vació los ojos con dos y sólo dos golpes exactos. Me felicitó Gustavo y Esteban abandonó el gesto de contemplar el vidrio esférico del sol para felicitar. Me agaché. Conecté el falo a la boca respirante de ¡Estropeado! Con los cinco dedos de la mano imité la forma de la fusta. A fustazos le arranqué tiras de la piel de la cara a ¡Estropeado! y le impartí la parca orden:
—Habrás de lamerlo. Succión—
¡Estropeado! se puso a lamerlo. Con escasas fuerzas, como si temiera hacerme daño, aumentándome el placer.
A otra cosa. La verdad nunca una muerte logró afectarme. Los que dije querer y que murieron, y si es que alguna vez lo dije, incluso camaradas, al irse me regalaron un claro sentimiento de liberación. Era un espacio en blanco aquel que se extendía para mi crujir.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Pero también vendrá por mí. Mi muerte será otro parto solitario del que ni sé siquiera si conservo memoria.
Desde la torre fría y de vidrio . De sde donde he con templado después el trabajo de los jornaleros tendiendo las vías del nuevo ferrocarril. Desde la torre erigida como si yo alguna vez pudiera estar erecto. Los cuerpos se aplanaban con paciencia sobre las labores de encargo. La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.
Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto.
Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: él me lamía el falo. Impacientes Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una buena vez por todas: Ejecutar el acto. Empuñé mechones del pelo de ¡Estropeado! y le sacudí la cabeza para acelerar el goce. No podía salir de ahí para entrar al otro acto. Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada de animal.
—Ahora hay que ahorcarlo rápido —dijo Gustavo.
—Con un alambre —dijo Estebanñ en la calle de tierra don de empieza el barrio precario de los desocupados.
—Y adiós Stroppani ¡vamos! —dije yo.
Remontamos el cuerpo flojo del niño proletario hasta el lugar indicado. Nos proveímos de un alambre. Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación.
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